Escuché una vez, a un viejo decir en un bar que el hombre,
con el tiempo, se acostumbra a todo. Se acostumbra a vivir en Laponia a menos
de cuarenta grados o en Barbate a más de cuarenta. Se acostumbra a estar en una
silla de ruedas, a perder un brazo, a no tener padre. Incluso a vivir en un
puñetero barco en el fin del mundo. Decía ese viejo que era la estúpida manera
de poder seguir siendo felices. Pero hay cosas a las que no te acostumbras ni
con todo el tiempo del mundo. Ni te acostumbras al hueco del otro lado de la
cama, nunca te acostumbrarás a no ver su sonrisa, o a dejar de pedir dos copas en un bar. O a
comprar dos entradas para un concierto. A no notar su olor, ni sus besos, ni a
que se te reviente el alma cada vez que te mires al espejo y te das cuenta de
que eres el gilipollas más grande del mundo por haber dejado escapar al amor de
tu vida.
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